El tren deja ver otra cara de la ciudad

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Miles de neuquinos sostienen el fervor por viajar en tren. Desde la máquina se observa todo diferente. Hay vistas únicas.

Son las 11:30 en la estación de trenes de Neuquén. Una brisa polar amenaza con dejar tiesas como estatuas a las cien personas que estamos acá, sabiendo que vamos a someternos a una fila que nos hará suspirar (largar vapor) más de una vez. Las risotadas de la salita de tres de un jardín del centro le dan un ambiente festivo a la espera. Pero todos, igual, estamos tejiendo la estrategia para subir primeros cuando llegue el tren. Cuando llega, un guarda joven con cara de me-está-matando-el-frío y rodeado de viejas protestonas nos pide que nos pongamos todos en una fila “acá”, y en cinco minutos todos lo logramos. Entramos, sale el tren. “Muchos se impacientan, se tienen que quedar esperando el siguiente servicio porque no alcanzan a subir”, dice el guarda debajo de su gorrito azul. Es que el tren sigue arraigado en la memoria del pueblo -me digo-, conserva la misma magia que la última vez que pasó por la ciudad, se recicla, se palpa en el aire y termina en las fotos de los celus. La máquina, apenas sale, no desentona con unos juegos del Paseo Héroes de Malvinas: casi es uno más al pasar cerca de unas sillas voladoras, un tobogán gigante y una calesita que late una modorra tensa, así, vacía como está.
El tren es una receta mágica para los muchos neuquinos que no quieren ceder a la tiranía de cines a 100 pesos el balde de pochoclo. Apenas marcha, resulta llamativo (conmueve cuando se lo piensa un poco más) ver a los peatones que se detienen a mirarlo. Parecen parte de una coreografía gigante: pasa el tren (pasamos en él) y decenas de personas van sacando sus celulares para fotografiarlo. Algunos pasajeros saludan, otros miramos medio de costado cómo la gente se junta tan rápido para algunas cosas y para otras ni que se lo rueguen. “Ahora sí, soy todo suyo señora”, le dice el guarda a una anciana que le quiere mostrar su foto al grupo del té canasta.


Algunas preguntas que se desprenden en el viaje: ¿Es seguro el tren? O mejor: ¿los neuquinos (dos autos por persona) respetan a los banderilleros? Es decir: ¿respetan la vida que Dios (cualquiera sea su forma) les dio? ¿Se respetan ellos mismos? Pongamos que por ahora sí. En días como hoy, con un tránsito supercargado, los jóvenes con la bandera roja parecen ser suficiente para que los autos frenen. (“Ponen un poco de cara de culo por la espera, pero el tren es corto. Pasa en diez segundos”, me resumía Luis, uno de los banderilleros). Al promediar el recorrido, poco antes de cruzar el puente, está esa suerte de legado del descontrol con el que crece la ciudad. Hay casas que no están a más de diez metros y que invitan a interrogantes de todo tipo. La vida de esa gente se puede ver desde arriba del tren (ese nuevo rostro no tan evidente de la ciudad) y las preguntas se vinculan a sus hábitos: ¿por qué tiran tanta basura?, ¿qué le dan de comer a sus perros flacos (todos ellos durmiendo siestas con un pie en otro tiempo)?, ¿por qué las casas parecen estar vacías pero es claro que no? y también ¿quién no hizo nada o poco para que estén mejor? A esta altura, antes de cruzar el puente, es claro que desde acá arriba (de la confortable y vacacional butaca del tren) se ve todo distinto. ¿Será eso también lo que la gente añora del tren? Hay, si se le pone un mínimo de pasión, algo de documental en ir viendo por la ventanilla. Cien metros, un edificio; cien metros, un tipo puteando a un cana; cien metros, el MNBA, y así hasta llegar también al río Neuquén colapsado por fertilizantes e hidrocarburos. En fin. Ese documental. Ya sobre el puente, entrando a Cipolletti, uno se da cuenta de que el viaje es rapidísimo, que acá van todos felices, que lo que por ahora más supone una espera es sacar el boleto, que esperarlo tantos años fue muy prolongado e injusto y que debe unir todo el Alto Valle, para que la dicha se siga demostrando en movimiento, para ver (de nuevo) con otros ojos. Porque andar en tren también supone otra forma de ver la vida. 

LMneuquén
27/07/15