LAS VÍAS DURMIENTES

INFORME
En el Parque Federal y zonas de la ciclovía, entre otros puntos de la ciudad, puede observarse la emergencia de las vías de ferrocarril.                                                         
Debajo de nosotros todo un enorme y viejo país yace acostado y cada tanto suspira largamente como alejándose.
06
Foto: FLAVIO RAINA
Debajo de nosotros todo un enorme y viejo país yace acostado y cada tanto suspira largamente como alejándose o tose y de esa contracción salen despedidas, a la superficie, hacia arriba, fantasmagóricas formas, figuras, palabras y cosas que interrumpen el paso de los transeúntes y alteran la morfología citadina como un despertar violento, como novedad inadvertida. Puede tratarse -terriblemente- de cuerpos o restos nunca hallados ni reconocidos que el país-de-antes se saca de sí como justicia, como noticia, como dolor a mostrar. Como quien se extirpa con las uñas algo que no le pertenece y lo da a los deudos, a los sufrientes, a los que esperan. Puede tratarse de que afloren del país-de-antes, apenas unos metros debajo de los pies que pisan la gramilla -inesperadamente- unos documentos inéditos que alumbran partes y costados enmudecidos de nuestra historia. Puede ser también que más allá salgan al sol, por ejemplo, unas vías ferroviarias que alguna vez trazaron el mapa completo en sus recorridos y curvas concentradas hacia el centro de las ciudades, que un día desaparecieron merced a unas pocas paladas de tierra y que piadosamente se ocultaron en sus rastros, en sus ruidos y en sus viajes y que quedaron aquí nomás pero a la vez muy lejos como un eco que sólo perciben los ancianos. Las vías mismas salen ahora, suerte de arqueología menor de la modernidad y quieren dibujar de nuevo su forma allí donde hasta ayer sólo hubo pasto y se muestran salientes, en relieve, entre la tierra removida y nueva, imagen posible y metáfora de tantas cosas y reclaman su sitio mucho más allá de la herrumbre y la oxidación.
El país-de-ayer se encuentra a sólo unas pocas capas del suelo que pisamos, pero sobre él se han tirado bolsas de cemento y de concreto y bolsas de silencio y de negación, y chorros de tinta han dicho de él tantas cosas. Miradas interesadas han querido sugerir que éste no estaba allí pero ahí está y aún respira y cada tanto pequeños sismos en su fisonomía o movimientos medio telúricos casi imperceptibles o simplemente su antojo de decidor viejo sacan de sí cosas y símbolos que nos muestra antes de ser roído definitivamente por los musgos subterráneos y por el barro y por el agua.
Así el caminante recorre dos planos simultáneos, dos países, dos historias, separados -físicamente- apenas por menos de un metro pero -simbólicamente- por una hondura imposible de mensurar. Las vías que afloran desde abajo forman una imagen poética, tan bella como trágica, que las mezquindades de la política todavía no han podido arruinar (pero ya lo harán). Dirán “fuiste vos” y “es tu culpa”; dirán “gracias a nosotros” y “es nuestro mérito”; dirán “nuestra gestión lo hizo” y “la impericia de los otros”.
Después de todo y de tanto las vías salen a la intemperie, liberadas y desean sobre sí el peso de los vagones, el fuego que produce la tracción de las ruedas, el volumen en movimiento que les da sentido. Un día cualquiera el país-de-ayer cesará en sus movimientos subterráneos y se hundirá definitivamente, pero habrá dicho ya este retorno: dejará para nosotros el arte de la madera y el hierro, el movimiento del bólido sobre los rieles, de las gentes atravesando el pulmón de una ciudad. Dejará orgulloso esta suerte de esqueleto que unió a unos y a otros, esta traza, esta memoria impresa en el concreto. Dejará esta resistencia de los metales y de los usos.
Estanislao Giménez Corte
El Litoral – 05/01/2015