Una jornada a todo tren para conocer esta zona del Noroeste argentino que, a pesar de su intensa vida, es poco frecuentada. Vagones reacondicionados y atención de excelencia nos hacen disfrutar de esta experiencia.
Trepar en tren la montaña desde los 1.187 metros de la ciudad de Salta hasta una altura de 4.200 m.s.n.m. en La Polvorilla y conocer palmo a palmo este recorrido era para nosotros un desafío fuertemente ansiado. Salta cuenta nuevamente con este servicio. Tuvimos la posibilidad de viajar en tren por uno de los ramales más altos del mundo.
El sueño se hacía realidad
Cuando llegamos con todo entusiasmo al andén de la estación Salta del tren del ferrocarril Belgrano, ya había regular cantidad de personas que esperaban la salida del Tren a las Nubes. Nuestra fantasía era volver el tiempo hacia atrás y recordar viejas épocas, cuando hacíamos viajes extensos en este medio de transporte ya casi olvidado. Queríamos explorar, además, el porqué del nombre “a las Nubes”.
Estacionados en el andén, la locomotora diesel y sus siete vagones mostraban un colorido conjunto. Llevarían casi 500 pasajeros, coches comedor y de servicio médico, este último equipado para resolver los problemas de falta de adaptación a la altura que pudieran ocurrir entre los pasajeros. Nada se dejó al azar.
En la escalerilla de ingreso, un guía nos indicó nuestras ubicaciones. El vagón cuenta con cómodas butacas, amplias ventanillas, ambiente climatizado, baños en los extremos más un sistema de audio y pantallas de última generación. Nos esperaban 434 kilómetros entre ida y vuelta y 15 horas de viaje. Toda una aventura sin mover un dedo.
Toque de campana y silbato de la locomotora
Partimos. El andar era lento, con un sonido muy particular. Momento propicio para recibir nuestro desayuno; ya nos sentíamos como en casa.
Campo Quijano mostró su impecable estación y la primera locomotora a vapor que recorrió estas vías. Aquí estuvieron los primeros asentamientos mineros y descansan los restos del Ing. Maury, precursor de este ramal C14 que une Salta con Chile.
Pasamos por la quebrada y viaducto del Toro y la vegetación se fue despidiendo de nosotros lentamente. Comenzamos a transitar entre montañas de todos los colores. En El Alisal tuvimos nuestra primera gran sorpresa: dos tramos de vías en zig zag vencen el desnivel y permiten que el tren alcance el nivel superior con sólo tres maniobras sencillísimas. Euforia y aplausos. Adentro, ya nadie estaba en su asiento.
Juegos en la montaña
La ruta provincial 51 zigzaguea por las montañas cruzándose de vez en cuando con la formación del tren; momento de algarabía, intercambiamos saludos y sonrisas entre los que íbamos sobre las vias y los que iban sobre ruedas, que nos veían pasar.
El siguiente viaducto era El Panteón. Luego vimos varias estaciones abandonadas y alguno que otro caserío con ranchos de ladrillos y techos de adobe que denotan la presencia de poblaciones cuando el tren era sólo de carga. Dentro del vagón, llegó el momento del almuerzo en bandejas. Al mismo tiempo, en el salón comedor se ofrecía un menú caliente con cargo.
Los guías turísticos bilingües nos informaron constantemente con videos y descripciones acerca de la vida en la zona, sus costumbres, la historia del tren, orografía y algunas anécdotas de las tareas en las minas de cobre.
Enormes cardones fueron apareciendo aquí y allá. Eran tantos y tan elegantes que parecían formar parte de un ejército que nos saludaba al pasar. En Puerta Tastil dejamos atrás todo signo de vegetación y las montañas con sus puntas afiladas parecían puntas de flechas. También los colores fueron cambiando. Verdes, rosados y marrones se alternan en los distintos estratos de las montañas. El verde esmeralda denota el mineral de cobre que caracteriza la zona. Al pasar por el Abra y la estación Muñano, tuvimos una vista espectacular del Nevado del Acay, de casi 6.000 metros.
Casas más, casas menos
Unos pocos ranchos de adobe con ventanas y techos hacia el Este nos indicaron que estábamos llegando a San Antonio de los Cobres, zona alta y de nieve en invierno a 3.775 metros sobre el nivel del mar. Llamó nuestra atención el uso de energía solar. Al pasar por la estación de la mayor población de la zona, rostros de piel oscura y mantas coloridas se mostraron entusiasmados y saludaron a nuestro paso.
Llegamos
Lentamente llegamos al final del recorrido. Ese viaducto tan reconocido por su altura, realizado con una técnica de ingeniería única y del cual hemos visto tantas fotografías, hizo que la llegada a La Polvorilla tuviera gusto a triunfo.
Soportes de hierro de 40 metros de altura sostienen la estructura de acero, otra obra de ingeniería para salvar una depresión de más de 200 metros de larga y que significó para la época en que se construyó toda una proeza técnica.
El tren se detuvo y el descenso al andén fue toda una aventura. Estábamos en lo más alto de la montaña y ahora sí que sentíamos distinta la respiración. Pocos pasos, de acuerdo a las recomendaciones, y ningún esfuerzo para que la Puna no nos jugara una mala pasada.
La locomotora apareció nuevamente al frente de los vagones. Reanudamos la marcha hacia Salta y paramos luego en San Antonio de los Cobres, donde tuvimos media hora para recorrer la feria artesanal.
San Antonio de los Cobres
Ya más de cerca, saludamos a esos hombres y mujeres de tez trabajada por el fuerte sol y el viento de la Puna. El recibimiento fue cordial y hasta familiar. Las mujeres hilan la lana de cabra, llama y oveja y realizan tejidos artesanales que ofrecen a los viajeros. También muestran sus comidas típicas regionales como locro, empanadas, milanesas de llama, mote con queso y asado de cordero.
El Tren a las Nubes significa para los pobladores de la región y los salteños en general una enorme satisfacción, ya que es un paseo emblemático y conecta Salta capital con las poblaciones cercanas al límite con Chile.
A lo largo del trayecto atravesaríamos trece viaductos, dos zig zags, dos rulos y nueve túneles, obras de ingeniería únicas en su género.
Hacia el final del recorrido, nos sentíamos en la cima de las montañas. Las nubes, según nos contaron, muchas veces permanecen inmóviles por debajo de las ruedas del tren y es por eso que lo llaman Tren a las Nubes.
Fuente: welcome argentina