Buenos Aires – 17/07/2020: El paso se apuraba. Las bicis, raudas se dirigían al lugar preciso y a la hora indicada. La cita era tácita. No hacia falta recordarla.
La mayoría del pueblo se concentraba en el andén de la estación a esperar el tren. El que venía de Huinca Renancó tenía algo menos de “rating”, pero el que llegaba de Buenos Aires o el viejo “Chacabuquero”, eran realmente esperados con mucha ansiedad…Cada uno tenía sus motivos. Pero sin dudas, la curiosidad era el principal.
Yo iba, particularmente a buscar el diario que armaba y hacía In situ la primera distribución uno de los hermanos Torgano. Colaboraba con el, quien recuerdo como el primer canillita del pueblo, “Pochi” Lanata. Era la llegada y partida del tren un hecho social casi sin precedentes. El Jefe era por aquellos tiempos Molinuevo. Y el telegrafista, Muñiz.
Había dos maneras de viajar a Buenos Aires. Una era directa, sin trasbordo. La otra, vía Chacabuco, exigía cambiar de tren en Junín. Cada viaje era una aventura. No por el final, que siempre era feliz, si no por la ceremonia previa en cada hogar.
Por supuesto que se preparaban alimentos que se llevaban en canastas, para mitigar el cansancio y la hambruna que provocaban las traqueteadas horas de recorrido. Y los amigos, del pueblo o vecinos de otras localidades, compartían pollos, milanesas, chorizos caseros y otras vituallas. Además de partidos de truco o chin-chón.
Germania era un pueblo de ferroviarios. Dos ramales se juntaban en la entrada del mismo, por lo que era un sitio de recambio de tripulaciones. Maquinistas, foguistas, guardas, todos transitaban sus calles buscando luego cobijo en los cálidos boliches. Compartiendo cuentos y guitarreadas con los parroquianos locales.
Finalmente dormían en los hoteles de Manino o Farotto. Algunos utilizaban unas casillas que tenían los ferrocarriles. La importancia de Germania en la cuestión ferroviaria la daba además, a existencia de taller de reparaciones, uno de los más importantes de la Provincia, dirigido por don Antonio Ramos. Y además, trabajaba en la zona, un numeroso grupo de “catangos”, como se llamaba al personal de Vías y Obras, encargado del mantenimiento de los rieles. Su Jefe era el mendocino Tello, un maestro de fútbol para la mayoría de los niños del pueblo.
Nosotros jugábamos en la canchita pegada a las vías, que tenía una particularidad que, para algunos era una dificultad, para otros, una ventaja. Un poste que sostenía cables de teléfono, telégrafo y electricidad, estaba clavado cerca del área que daba a los rieles.
Era un defensor más. Los burros se lo chocaban, algunos de nosotros, los que sabíamos más con la pelota, lo usábamos para hacer una pared, desairar al defensor y enfrentar libremente al arquero.
Un Sindicato era fuerte por entonces: La Fraternidad. Roberto Mirenda era el máximo representante de los ferroviarios en la zona. Recuerdo a muchos de ellos. Pero, mi relación más estrecha era con Isón, Maqueda y Pesce.
Con ellos viajé durante años, mientras estudiaba en Junín. Hasta tenían la deferencia de permitirme viajar en la locomotora, a condición claro, de que cebara mate.
Recuerdo que ese servicio, el de la vuelta, salía temprano de Junín, iba hasta Chacabuco y desde allí arrancaba para Germania. Para ahorrar tiempo, tomaba un colectivo que iba a Baigorrita y allí me reencontraba con el tren. En esa estación el jefe era también un germaniense, el “Colorado” Zanín, a quien años más tarde encontré en Rufino…
DEL COLOR DE LA HISTORIA EL DOLOR DE LOS HECHOS
Esto es parte del color de los trenes. Pero hay una historia, triste, que tiene que ver con los planes llevados adelante por los distintos gobiernos tendientes a incomunicar a los pueblos del interior y someterlos a la explotación de las multinacionales, que tienen que ver, claro está con los transportes privados, los transportes colectivos, los vehículos, los combustibles, los neumáticos, y ahora, los peajes.
El cese de los servicios ferroviarios se puso en marcha en la zona, cuando Demetrio Vázquez, que era funcionario importante de la cartera del ministerio que tenía a José López Rega como figura emergente se hizo fuerte en una empresa privada.
Vázquez era uno de los titulares de le empresa Rojas, que fue en la década del 70, la única autorizada para el transporte de pasajeros por las Rutas 7 y 188 de Retiro hasta Mendoza. El vaciamiento siguió sin pausas, siendo hoy las estaciones, en algunos casos, como el de Germania, museos. Importantes, si, pero no fueron creadas para eso, claro está.
Las cargas generales, que eran antes transportadas por el ferrocarril, al igual que la hacienda, debían espera pacientemente que hubiera algún camión libre y rezar para que no llueva. Este rezo era también de los pasajeros, ya que, para viajar en “el Rojas” debían ir hasta General Pinto o Alberdi, pueblos ubicados a treinta kilómetros y el viaje debía hacerse por tierra. Germania, como la mayoría de los pueblos del interior de la Provincia de Buenos Aires y de La Pampa, nacieron, crecieron y se sostuvieron por el ferrocarril.
Primero llegaba el tren, después se “hacía” el pueblo. No en vano, la tienda de mi abuelo Gil y mi tío Pablo, dos españoles que llegaron a la Argentina a comienzos del siglo XX, y que fue la primera de Germania, se llamaba «La Porteña». Tenía que ver, claro, con la locomotora que inició los viajes en tren en el país. Pero esa, ya, es otra historia.
Por Eduardo Minervino – Periodista de Germania radicado en Villa Geselly director del semanario digital «Los Girasoles» –
Diario Democracia