La recreación de Ferrocarriles Argentinos abre un abanico de interrogantes. Entre ellos, el futuro de las empresas ferroviarias provinciales. El caso de la UEPFP es paradigmático: en 1992 logró salvar al ferrocarril en Buenos Aires, pero hoy en día es su decadencia la que lo pone en peligro. Una cuestión urgente.
EN EL SUBTE
El desguace de la vieja Ferrocarriles Argentinos se ejecutó a ritmo vertiginoso desde la llegada de Carlos Menem al poder. Contrariamente a lo que pueda parecer en retrospectiva, no fue un camino lineal. En un primer momento nadie concebía que la gran empresa estatal pudiera desaparecer y dejar de correr trenes por completo. Eso terminó de quedar claro recién cuando, en 1992, un decreto dispuso el cese de todos los servicios de larga distancia. Cavallo ofreció a las provincias de que se hicieran cargo de los que quisieran mantener. Eso o nada.
Pocas provincias aceptaron el desafío y todavía menos fueron capaces de sostener servicios por sus propios medios: las honrosas excepciones de Buenos Aires, Chaco y Río Negro. Eduardo Duhalde, entonces gobernador de Buenos Aires, tenía una relación tirante con el gobierno de Menem. Todavía no criticaba directamente la política económica, aunque se esforzaba por diferenciarse en materia social. Duhalde recogió el guante y anunció que la Provincia sostendría todos los servicios en su territorio. Ese mismo año se creó la Unidad Ejecutora del Programa Ferroviario Provincial (UEPFP), que no sostuvo todos los servicios pero sí muchos. En 1993 sumó el corredor Constitución-Mar del Plata, el único que FA operó por más tiempo porque se lo pretendía privatizar. Pronto comenzaría a utilizar el nombre comercial por el que es más conocida, Ferrobaires.
Durante los primeros años la experiencia de la UEPFP parecía auspiciosa. Incluso rehabilitó servicios que FA había abandonado, como el ramal a Pinamar o intentos infructuosos de rehabilitar el servicio a Rojas. La oferta de servicios creció en muchos casos con respecto a los últimos años de FA. La empresa heredó un amplísimo parque de material rodante, incluyendo las últimas y mejores locomotoras de la serie GT22. El servicio y el mantenimiento acompañaron el deterioro económico de fines de los años 90 y nunca se recuperaron.
A pesar de algunas reinauguraciones y anuncios espasmódicos que mal podrían superar lo anecdótico, los últimos 15 años han sido una prolongada e inocultable agonía. Poco o mal mantenimiento, cada vez menos material rodante en condiciones de prestar servicios y, en consecuencia, menos servicios. A eso debe sumarse el deterioro de la infraestructura de vías, esto último responsabilidad de las concesionarias de carga en buena medida —la única vía en servicio asignada a Ferrobaires es el tramo entre Alejandro Korn y Mar del Plata—.
Es difícil realizar un juicio objetivo de la UEPFP. Vista desde su estado actual, debería ser calamitoso. Pocos y malos servicios, una plantilla de empleados sobredimensionada —o que por lo menos perdió toda relación con la oferta—, una cantidad ínfima de locomotoras y coches de pasajeros en condiciones comparada con la cantidad recibida, innumerables casos de canibalización e incluso episodios de “desaparición” de material rodante. No sin razón Ferrobaires fue señalada muchas veces como un pozo opaco, con tan poco interés de la Provincia sobre sus servicios como control de los fondos asignados. Hace algunos años, un accidente en la estación San Miguel puso sobre el tapete el descontrol de la empresa y obligó al gobierno de Scioli a intervenirla, aunque el resultado no ha variado mucho.
Y, al mismo tiempo, si Buenos Aires conservó hasta hoy servicios ferroviarios es gracias a Ferrobaires. Buenos Aires, la provincia que no sólo vio nacer sino que impulsó activamente el primer ferrocarril argentino. Buenos Aires, la del Ferrocarril Oeste y el Ferrocarril de la Provincia. Buenos Aires, cuyos pueblos vistos desde el satélite siguen la telaraña de la red ferroviaria. La UEPFP permitió sostener servicios que, con todas sus deficiencias, limitaciones, interrupciones e irregularidad, mantuvieron al ferrocarril como opción de transporte. Por lo menos, y no es poco, preservaron en muchos casos la traza ferroviaria de intrusiones y evitaron en otros la inutilización de instalaciones ferroviarias por municipios o particulares —con excepción, cabe notar, del ramal del viejo Ferrocarril Provincial entre Avellaneda y La Plata, que la Provincia pretendió recuperar aunque sumió en el abandono—.
La UEPFP fue continuadora de Ferrocarriles Argentinos y siempre mantuvo una especie de legitimidad simbólica: conservó nomenclatura, procedimientos, estructuras heredadas de la desaparecida empresa ferroviaria nacional. Ferrobaires tenía “algo” de FA, aunque fuera lo peor. Aunque fueran los restos de su esquema de colores.
Por eso el anuncio de la recreación de Ferrocarriles Argentinos habilita a plantear, más que nunca, la cuestión de la UEPFP. A fin de cuentas, Ferrobaires es la Unidad Ejecutora de algo que no existe: un Programa Ferroviario Provincial. Cumplió, mal o bien, una misión histórica que se le impuso en 1992: que el ferrocarril no desapareciera de la Provincia de Buenos Aires.
Horas después de que la Presidenta anunciara el retorno de FA, un tren de la Unidad Ejecutora protagonizó un sonoro descarrilamiento en cercanías de Chacabuco. Uno más de una lista muy larga, pero sintomático: la agonía de la UEPFP no puede prolongarse más en interés del propio ferrocarril. No tiene futuro, pero felizmente tampoco tiene más que hacer cuando el Estado nacional retoma su responsabilidad indelegable sobre la red ferroviaria.
Los ferrocarriles no son provinciales ni pueden serlo: ni siquiera una provincia como Buenos Aires tiene hoy los medios ni la capacidad para asegurar su desarrollo. Se requieren capacidades, una visión interjurisdiccional y recursos financieros que sólo el Estado nacional está en condiciones de garantizar. Aquel intento de salvar al tren con un programa ferroviario provincial fracasó en muchas cosas, aunque salvaguardara quizás lo esencial. Pero para que el ferrocarril pueda realmente recuperarse es imperioso acabar con el lastre de la fragmentación, al que las empresas provinciales han contribuido en no poca medida.
Desde 2007 está pendiente, por decreto de Solá, la transferencia de Ferrobaires a la Nación. La medida no sólo generaba amplia incertidumbre en ese entonces, sino que nunca se cumplió: estaba sujeta a un inventario de los bienes entregados a Ferrobaires que hasta el momento nadie se prestó a firmar. El deterioro del patrimonio y la espinosa cuestión del personal son una herencia pesadísima, pero que más temprano que tarde se deberá afrontar. El instrumento puede ser aquel de la época de Solá o la ley de reestablecimiento de Ferrocarriles Argentinos. Pero el momento es ahora.