Les brillan los ojos cuando hablan de talleres, vías y trenes. La nostalgia los atrapa al recordar que desde muy pequeños comenzaron a trabajar entre boggies y fosas. Los envuelve cuando hoy, en edad de jubilación, se cargan de adrenalina porque todavía desarrollan tareas operativas para hacer "un subte mejor", como les gusta decir.
Juan Aníbal Patitucci y Salvador Rocher son dos de los empleados en actividad que más historias del subte porteño atesoran. Patitucci tiene 68 años, y a los 14 comenzó estudiar mecánica y a trabajar en la línea A, cuando los motores de las formaciones eran más rudimentarios y el sistema de señales era "el que habían instalado los ingleses".
"Yo empecé en el subte cuando las estaciones de la línea A , por ejemplo, fueron azulejadas con distintos colores para que pudieran ser identificadas por las personas que no sabían leer. Así que conozco cada detalle", cuenta a LA NACION Juan Aníbal, que pasó gran parte de su vida en el Taller Polvorín, en Emilio Mitre entre Bonifacio y Directorio, en el límite entre Caballito y Parque Chacabuco. Este hombre, que trabajó en distintas áreas, asegura que el subte fue cambiando al pulso que marcó la sociedad.
"En la década del 60, la gente que viajaba en subte iba más tranquila. Se corría menos y los trenes no estaban tan abarrotados de pasajeros. Había otra educación. Incluso, muchas personas lo usaban para hacer turismo, para pasear un fin de semana", recuerda Patitucci, que cada mañana se levanta para trabajar en el taller de la estación San Pedrito, en la línea A, donde capacita a las nuevas generaciones de operarios.
Y sigue: "En las estaciones había balanzas para pesarse, así que imagínese el tiempo que tenían los pasajeros cuando se bajaban de una formación y se quedaban en los andenes. Lógicamente, eso fue cambiando hasta llegar a hoy, donde todos están apurados y no hay tanto respeto por el otro".
Patitucci sostiene que la situación más curiosa y preocupante que le tocó vivir en el trabajo fue cuando en la década del 80, en la estación Miserere (línea A), al paso del tren hubo una seguidilla de explosiones que parecían un "bombardeo". "Hubo que desalojar los andenes porque no sabíamos qué estaba pasando. Había una mala conexión eléctrica que hizo varias explosiones en cadena, pero no pasó nada grave", recuerda.
SU SEGUNDA CASA
Salvador Rocher también tiene 68 años, es jubilado, pero sigue trabajando para Subterráneos de Buenos Aires (Sbase) como supervisor de inspectores. Comenzó a desarrollar tareas en el subte a los 13 y ya suma 55 años de antigüedad. Entre sus títulos, que atesora y muestra con orgullo, está el haber participado del proyecto, fabricación y supervisión de los coches Fiat argentinos que hoy circulan, por ejemplo, en la línea A, junto con las nuevas formaciones chinas recientemente incorporadas.
"Este coche que viene acá, lo hicimos nosotros, mire...", dice, y lo señala. "Éste es el número 45. ¡Qué locura! Lo conozco de memoria", asegura, de pie en el andén de la estación Loria. Y luego voltea su cabeza para verlo partir, como quien despide a un niño al que vio crecer con emoción.
"Por suerte, tuve la posibilidad de ser jefe en los talleres de todas las líneas, menos en la B. Con el tiempo las formaciones fueron cambiando, al tiempo que iban sumando tecnología. Los viejos coches de la línea A, los belgas, podían circular gracias a que los desarmábamos por completo y los volvíamos a armar. Pero no hay que decir que lo pasado es mejor; los belgas eran muy buenos, pero las formaciones chinas que trajeron son mucho mejores", asegura.
Rocher tiene como recuerdo menos grato el accidente ocurrido en marzo de 1985, cuando una falla en el cambio de vías provocó el descarrilamiento de una formación, que se estrelló contra una columna del túnel. El hecho provocó cuatro muertos y 35 heridos. "Fue terrible, nunca había vivido algo así. Cuando llegué al taller y vi eso, fue un desconsuelo. Una falla que se cobró muchas vidas. Me cuesta recordarlo", dice.
Si bien cree que cada década tiñó al subte con una particularidad, Rocher considera que las disputas gremiales siempre han sido difíciles. "Hubo fuertes reclamos gremiales y luchas internas entre los gremios. Pasó mucho en la década del 70. Creo que es parte de la historia del subte", dice este hijo de ferroviario que ama su profesión. "Para mí, el subte es mi casa. Y de mi casa, nunca me quiero ir."
LA MIRADA DE LOS METRODELEGADOS EN EL CENTENARIO
Al cumplirse cien años del subte porteño, la Asociación Gremial de Trabajadores del Subte y Premetro (Agtsyp) emitió un comunicado en el que cuestionó la política oficial sobre este medio de transporte.
"La gestión de Pro prioriza un medio de circulación como el carril exclusivo para colectivos y no colabora para mejorar el servicio brindado por el subte", reza el texto.
"Cuando se creó, fue el quinto subterráneo del mundo, muestra de un grado de desarrollo lejano al que tienen sus hermanos mucho más jóvenes de América latina", dijeron.
La Nación
02-12-13