El cielo y el infierno, según el tren en el que se viaje hacia La Plata

FERROCARRILES DEL SUD -- ACTUALIDAD


Corre, desde julio, un servicio rápido, con asientos de pana, aire acondicionado y guardas que reparten diarios; el boleto cuesta cuatro veces más que el común, donde el servicio sigue siendo pésimo.

Una de las cuatro ventanillas de la boletería de la estación de trenes tiene un cartel que dice: "Exclusivo". Allí, el pasaje a Constitución cuesta ocho pesos, y en el viaje, en efecto, no subirán vendedores ambulantes y los guardas estarán atentos para evitar a los arrebatadores. Es el servicio que se anunció hace dos meses "para que los pasajeros que utilizan la línea Roca puedan viajar más rápido y más cómodos", según la publicidad oficial. En el resto de las ventanillas, el pasaje cuesta dos pesos con diez centavos.

Es viernes y faltan diez minutos para las 7.33, hora en la que el tren de vagones plateados y limpios se pone en marcha. Las conversaciones, el aleteo de las palomas, los motores de las locomotoras, las voces saturadas del televisor del bar, un reggaeton que sale de algún celular... todo este amasijo sonoro rebota en la bóveda que cubre los andenes. El aire huele a metal y aceite de máquinas, a café hervido y a vapor de salchichas. Afuera, la mañana es soleada, y el aire, transparente.

El tren avanza despacio, sale de la estación. Carlos está sentado en una butaca esponjosa y aterciopelada. Es un hombre joven y delgado y trabaja en el área de marketing de una empresa portuaria. "Una bien que hacen. Era hora; no sabés lo que es el tren común, un desastre. Se llena de extranjeros; van a Hudson a trabajar en los countries. No cuidan nada, como no es el país de ellos", dice Carlos, y mira el paisaje de techos del suburbio platense.

Un hombre de traje gris, sobretodo gris, medias grises y pelo gris, sentado al lado de la otra ventanilla, cierra los ojos para evitar cualquier conversación. Un poco más atrás, una estudiante de diseño hace saltar el esmalte verde loro de sus uñas. Un sujeto de saco a cuadros y zapatos puntiagudos color suela -que se parece a un maniquí- pone cara de actor frente a la chica, que prefiere seguir mirando sus uñas. Una legión de inspectores controla los pasajes. Debe de haber más inspectores que pasajeros.

Vagones relucientes y de puertas automáticas. Foto: Santiago Filipuzzi

Luján, de 28 años, empleada del Ministerio de Educación, está conforme. "Hay dos de ida, a las 7.33 y a las 9.09, y dos de vuelta, a las 17.28 y a las 19.04. Los días que no llego, tomo un micro. En el otro tren, hay mucha mugre y mucha gente. Ni siquiera te obligan a pagar el pasaje."

El tren se detiene en Villa Elisa. Una brisa fresca recorre los vagones. Eso es lo único que se siente cuando el tren está quieto. Las personas volverán a hablar cuando la atmósfera quede envuelta en los ruidos metálicos del tren,.

El tren ya no se detendrá hasta llegar a Constitución. Las villas miseria, los vertederos industriales, los otros trenes atestados de gente y mugre: el conurbano más espeso será una película veloz, del otro lado de la ventanilla.


Lado B

Luis, de 43 años, de City Bell, un licenciado en sistemas especializado en inteligencia de negocios, se baja del tren "exclusivo", y protesta porque debió llegar a las 8.28 en lugar de las 8.40. "El promedio de demora es de 15 minutos. ¿Cuál es el problema de sincerar el servicio?", dice. De todas formas, aún está a tiempo para abordar el tren corriente rumbo a Avellaneda, donde trabaja. Camina por el andén de Constitución respirando vapores de orines superpuestos; saca un pasaje, sube a un vagón lleno de grafitis, se sienta en una butaca de plástico gris, duro y resbaladizo.

Enseguida empieza el desfile de vendedores ambulantes. Un tipo trasnochado y nervioso muerde un pancho y mastica con la boca abierta. Después envuelve los dos tercios del pancho que no comió en una hoja de diario, lo deja caer en el piso y lo empuja hacia adelante con el pie.

Una brisa suave trae olor a marihuana. "A las 18, no sabés lo que es esto -dice Julio, de 37-. Salen todos del laburo y suben con faso y birra . Hay que tener cuidado con los pungas . A una piba le manotearon la cadenita de oro y la tiraron del tren. Zafó, otras veces mueren. La Gendarmería lo agarró. Tenía 15 años y a los dos días estaba otra vez arriba del tren."


Julio se baja en Berazategui. El tren está más despejado. Lo único que inquieta al guarda son esos vendedores de bolsas de residuos que lo insultan. "Siempre es así. Después están los pibes de Plátanos, 30 o 40 pibes que vienen a robar acá. Mucho no podemos hacer. Hay dos guardias de seguridad que no tienen ni un palo, y un policía federal cada diez trenes. ¿Lo más bravo? Las hinchadas. La de Independiente, «Los Ranas», ésa es la más jodida", dice, después de hacer sonar el silbato.

El silbato está unido a una cadena formada con las arandelas de llaveros. Debe de haber más de 20 arandelas. Una por cada muerto bajo el tren. No es una costumbre, dice, sino un homenaje. Una de esas arandelas pertenece a un hombre que se arrojó de un puente en Ezpeleta. Ese hombre, cuenta el guarda, dejó una carta que decía: "A mí entiérrenme en Ezpeleta, pero antes busquen en mi casa". Allí había, sobre una cama, una mujer acuchillada.

El tren disminuye la velocidad. Se oye un estrépito, y las risas estentóreas de los vendedores de bolsas de residuos. "Son esos bolseros. Rompieron un vidrio", dice, con desdén, el guarda.


Para la hora pico

Hay dos servicios por la mañana y otros dos por la tarde.

La Nación 
 17/09/2012